Departamento de Cultura y Política Lingüística

Gure Artea 2004 - Presentación

Presentación
Artistas
Exposiciones

Técnica Vasca
Peio Agirre


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I

Uno de los debates más calientes hoy en día se encuentra en la reconsideración de la nacionalidad del arte y los artistas. Esta especie de denominación de origen -la identidad nacional del artista- se ha convertido en una doble marca, algo que simultáneamente parece totalizar y producir diferencias.

En una situación proclive a la lucha de identidades y que fagocita fenómenos como el de las bienales, el discurso multicultural y la globalización del capital, una pregunta sobresale: ¿tienen todavía hoy, en un contexto de movimiento y flujo continuo, sentido las exposiciones nacionales, los pabellones y todo lo que éstos representan? Es un factor añadido el redescubrimiento para el arte de numerosas regiones y Estados periféricos en la Europa actual que constituyen un nuevo mapa geopolítico donde los artistas negocian con sus respectivos nacionalismos y también con la inevitable absorción de las identidades locales por el consenso global.

No supone ninguna perogrullada decir que la agudización del conflicto entre diversas identidades nacionales se produciría en sociedades donde la tensión entre tradicionalismo y modernización es más aguda. De alguna manera, ése es el caso del País Vasco.

Podemos decir que uno de los temas de mayor interés entre la clase intelectual local se centra en la cuestión de la modernidad. Quizás, afirmar esto de manera directa parezca excesivo, erosionado como está este término si lo abordamos desde una perspectiva cultural o, mejor dicho, desde el arte, pero no si nos atenemos a los esfuerzos que la clase política realiza por hacer visible que vivimos en una sociedad que ante todo es, o aspira a ser, moderna.

Fredric Jameson ha establecido en su último libro toda una genealogía de posibles usos de los términos “modernidad”, “modernismo” y “moderno”, para hacer visible no sólo que no existe un buen uso de cada uno de ellos, sino que el único y verdadero significado satisfactorio de la modernidad tenemos que encontrarlo en su asociación con el capitalismo. La secuencialidad del modernismo como una historia monolítica, podría distinguirse en términos de diferencias locales, los cuales quedarían reducidos a un único principio: la evolución lineal del capitalismo.

Éste es el otro significado fundamental de una palabra clave [la de moderno o modernidad] que tanto social-demócratas como conservadores no dejan de utilizar una y otra vez.

Todavía hoy, en los comienzos del siglo XXI, en el contexto vasco, este proceso de modernización parece inconcluso, aunque simule encontrarse en una fase ya evolucionada, y cuyo apéndice quizás sea el megaproyecto de la línea TAV [Tren de Alta Velocidad] denominado como “Y vasca”, insertada definitivamente en una nueva red europea o Trans-Europe Express. Una vez más, el ferrocarril aparecería como símbolo e icono último de tecnología y como reificación de lo moderno par excellence.

Sin embargo, este último paso hacia la modernización definitiva se ha cobrado el precio más elevado -debido en parte a los efectos de la postmodernidad- con el colapso final de lo cultural en lo económico y lo económico en lo cultural, y cuyo ejemplo más notorio lo constituye el Museo Guggenheim Bilbao y sus secuelas urbanísticas, desde la arquitectura de palacios de congresos, puentes y aeropuertos hasta los nuevos museos e infraestructuras culturales, sea el caso del Museo Artium [Vitoria-Gasteiz] y el futurible centro Tabacalera [San Sebastián].

Este proceso de modernización, contrasta con una transición entre el mundo rural o agrario [en su particular agonía] con lo urbano. Frecuentemente asociado con un choque violento e inadaptado entre dos universos antagónicos, el resultado dejaría un territorio híbrido, en continua transformación, con obras públicas sin fin. Un combate éste que se remonta a finales del siglo XIX y que constituiría la lucha [a través de la emergencia de lo nuevo] en la cual se fueron forjando generaciones enteras de artistas en el pasado hasta la actual y final asimilación de lo urbano como condición universal.

A día de hoy, enfatizar las relaciones entre arte y sociedad en el País Vasco es reconocer un territorio de apertura que progresivamente desbloquea las tensas relaciones que ha mantenido con su propia pre-historia y pasado histórico. Esto a mi modo de entender sólo es posible de dos maneras: 1) agudizando la conciencia histórica y 2) ignorándola. Las dos opciones son igualmente válidas.

El asunto de una cultura singularmente nacional o propia supone un debate institucional de alcance similar a cuestiones fundamentales de cara al ciudadano medio como son: el transporte público, el cuidado del medio ambiente o la subsistencia de la economía nacional.

La cuestión central del nacionalismo en su nueva orientación cultural reside en cómo combinar este futuro prometedor que se nos presenta, lleno de oportunidades y promesas tecnológicas, sin renunciar a los mitos nacionales. En este sentido, las reacciones de auto-afirmación habrían de ser incluidas como parte de este proceso de adquisición de modernidad, pues ésta, la auto-afirmación, constituye uno de los rasgos modernos más típicos.

Pero la tradición también es una trampa. El peso de la tradición en el arte realizado en el contexto vasco durante las dos últimas décadas ha sido importante. La tradición nos permite pensar en nuestra inserción en la historicidad, en el hecho de estar construidos como sujetos a través de una serie de discursos ya existentes y que, a través de esa tradición, nos constituye o nos es dado el mundo.

Cuestiones todas éstas, la tradición, el fin de lo rural o el advenimiento moderno, que han llevado a decir al escritor Bernardo Atxaga, con una autoridad donde no cabe distancia irónica, o quizás influenciado por el mito nacional que él mismo trata de deconstruir que “en el País Vasco estamos a punto de llegar al fin del siglo XIX”. [El País. Suplemento Babelia. 4-09-2004].

La habitual síntesis entre antigüedad-modernidad puede servirnos aquí como el campo de batalla que el nacionalismo encontraría en esta lucha de fuerzas [en este movimiento tectónico de dos direcciones contrapuestas, una encarando al futuro, la otra mirando de reojo al pasado] su principal eje motriz.

Como cierre de esta circularidad, cuyos primeros dos síntomas los encontraríamos en la dialéctica modernidad versus capitalismo, deberíamos añadir el discurso nacionalista, pues es sabido que los procesos nacionalistas en sus diferentes surgimientos territoriales y geográficos a lo largo de la historia del siglo XX han favorecido y favorecen la expansión y el desarrollo del capitalismo.

Este cierre del sistema puede invertirse en cuanto a su orden, variable y múltiple, encontrando siempre al final del recorrido la regla de tres que faltaba: Nacionalismo versus Modernidad versus Capitalismo.

En este sentido, Pedro Manterola, actual director de la Fundación Oteiza en Alzuza, escribió que “y por último, ¿si el nacionalismo surge, como dice Eisenstadt, de la unión de la tradición de la comunidad y el proceso modernizante, no ha sido el arte vasco durante todo el siglo XX, el resultado de un esfuerzo semejante?”.